La historia de la primera "IT" Girl: CLARA BOW





En 1927 la estrella del cine mudo
Clara Bow protagonizó el film It , basado en el libro publicado por la escritora inglesa Elinor Glyn. En él se mostró al gran público por primera vez las cualidades de una chica que, gracias a su belleza e intelecto, conseguía seducir a hombres y mujeres por igual. Ellos caían rendidos de amor ante su figura, ellas quedaban fascinadas por su estilo y, al instante, la imitaban.

Así transcurría el guion de la película que, sin duda, convirtió el concepto "it girl "en algo masivo por primera vez. Sin embargo, la propia Glyn no tuvo que investigar demasiado para crear el personaje interpretado por Bow.
Sus profundos ojos oscuros encandilaban a la cámara, sus mohines enloquecían al público; los guiones, todos idénticos, predecibles y gazmoños, daban igual. Clara tenía un magnetismo que derretía la pantalla 


Esta es su historia:

Clara Bow, una niña que pasó de mendigar en las calles de Brooklyn a convertirse en la actriz mejor pagada de Hollywood

Bow se crio en la pobreza extrema, su madre, Sarah, drogadicta y esquizofrénica, ni siquiera se molestó en solicitar su partida de nacimiento porque sus dos hijos anteriores habían nacido muertos y no pensó que hubiese esperanza para ella. Años después intentó asesinar a su hija dos veces: la primera, degollándola mientras dormía; la segunda, amenazándola en medio de la calle con un cuchillo de cocina.

Su padre Robert, alcohólico y violento, las maltrataba a ambas e incluso llegó a violar a Clara cuando tenía quince años. Pero ella nunca lo abandonó. Cuando ganó suficiente dinero se lo llevó a vivir con ella a Los Ángeles y le ayudó a financiar diversos negocios, él se lo pagó difamándola ante la prensa y engatusando a jovencitas valiéndose de su parentesco.

Su infancia fue devastadora, pero al contrario que otras estrellas nunca intentó ocultar el barro del que había surgido: "Nadie me quería. Siempre estaba sola y asustada. Nunca tuve una muñeca en mi vida. Nunca tuve ropa, y muchas veces no tuve nada para comer. Simplemente sobrevivíamos, y eso es todo. Las niñas me evitaban porque estaba muy mal vestida. Decidí que las chicas no eran tan buenas y probé suerte con los niños del vecindario. Me convertí en una marimacho: jugué al béisbol, al fútbol y aprendí a boxear."

Pero Clara tenía aspiraciones, sabía que había una vida mejor fuera de aquel rincón de Brooklyn y sin nada que perder envió unas fotos al concurso The Fame and Fortune Contest. A pesar de ganar el premio, aparecer en una película, su papel fue cortado por tener un aspecto "demasiado andrógino". Daba igual, ya había despertado la curiosidad de la industria y eso la llevó a Hollywood. Aunque en la década de los veinte no era un logro demasiado especial, cada año miles de jóvenes emigraban a la tierra californiana de promisión huyendo de la pobreza, llegaban, pululaban por los rodajes y se desvanecían a los pocos meses. Clara, sin embargo tenía algo especial, tenía ‘eso”, aunque ni siquiera lo sabía.

El poderoso productor B.P. Schulberg,, puso sus ojos en ella y en un par de años Clara ya era una de las actrices más prolíficas de la industria. Ella le proporcionó los mayores éxitos de su carrera y él la explotó sexual y laboralmente, al igual que había hecho y haría con decenas de actrices más porque, desgraciadamente, Weinstein no inventó el acoso a las mujeres del cine.

Sus profundos ojos oscuros encandilaban a la cámara, sus mohines enloquecían al público; los guiones, todos idénticos, predecibles y gazmoños, daban igual. Clara tenía un magnetismo que derretía la pantalla y encadenaba éxito tras éxito: Días de colegial, Radiante juventud, Flor de capricho... Las chicas imitaban su forma de pintarse los labios en forma de corazón y le llamaban “hacerse un Clara Bow”, los hombres estaban enamorados de ella y recibía 45.000 cartas de admiradores al día. Parecía que la chica de Brooklyn ya no podía volar más alto y entonces llegó It.

“'eso', es el magnetismo irresistible y cautivador que subyuga a ambos sexos y que abarca algo que va más allá de la mera beldad física.” Y Glyn consideraba que Bow era la mejor representante de ese 'eso'. Inmediatamente Paramount puso 50.000 dóláres en sus manos a cambio de un guion que le dejase claro a América quién era la única y verdadera chica it.

El éxito de la película tomó a todo el mundo por sorpresa. La cara de Bow cubrió el país de costa a costa y su nombre se convirtió en sinónimo de todo lo sexy y efervescente, ella era it, era una flapper, una de esas miles de jóvenes ebrias de modernidad que habían dicho adiós a los corsés y correteaban por la Quinta Avenida con sus cortes de pelo bob, vestidos cortos y cigarrillos con boquilla, era el jazz hecho carne, era la imagen de la década.

La mejor cronista americana de su tiempo, Dorothy Parker, dijo de ella “Eso, ese extraño magnetismo que atrae a ambos sexos… Descaradamente, con autoconfianza, indiferente al efecto que produce. Eso, demonios. Ella lo tenía” y Scott Fitzgerald, el hombre que definió los años 20 en novelas como _El gran Gatsb_y o Hermosos y malditos, dijo de Bow “es la quintaesencia de lo que el término flapper significa en definitiva: bonita, insolente, magníficamente segura de sí misma, con tanto mundo y tan ligera de ropa como es posible”. Y algo sabría el escritor del tema, ya que él mismo había inventado a las _flappe_r a imagen y semejanza de su esposa Zelda.

Pero Bow no estaba “magníficamente segura de sí misma”. Porque en el fondo, seguía siendo la niña con la que nadie quería jugar. Fuera de la pantalla no se mezclaba con el resto de las estrellas, prefería pasarse las noches jugando al póker con el servicio y no tenía ningún interés por los lujos de Hollywood, más allá de excentricidades como pasearse por Sunset Bulevard en un Packard rojo, a juego con su cabello y el de sus mascotas.

Si 1927 la había convertido en la estrella más grande que Hollywood había conocido, dos años después sería la protagonista de Alas, la primera película ganadora de un Oscar. Todo parecía estar a favor de Bow, excepto el progreso. A la vuelta de la esquina, el cine sonoro mostraba sus fauces a los actores menos dotados. La fotogenia ya no sería la mayor virtud de una estrella, los mohines que habían enamorado a una generación de norteamericanos se mostraban ahora inocuos frente al fuerte acento de Brooklyn de Bow.

Podría no haber sido un problema, ella solía interpretar a chicas humildes no a aristócratas ni mujeres fatales, pero ayudó a minar su confianza y generó dudas en una industria que la rechazaba, que nunca la había considerado una de ellos.

Clara no era una santa, ni tenía por qué serlo, era una mujer soltera, triunfadora, joven y tan natural y picante en la pantalla como fuera de ella. A pesar de que una de sus frases más célebres es la citadísima "Cuanto más conozco a los hombres más amo a mi perro", disfrutaba enormemente de la compañía masculina y no sentía la necesidad de esconder sus aventuras, esas que los productores y los incipientes agentes de prensa se esforzaban por ocultar. Paramount, alarmado por su estilo de vida desinhibido, le ofreció un bonus de medio millón de dólares si “se portaba como una dama en público y procuraba no salir en los tabloides”. Ni siquiera lo intentó.

Y como los problemas nunca llegan solos poco después se vería involucrada en otro durísimo juicio, esta vez contra su secretaria y amiga Daisy DeVoe a la que el entorno de Bow había acusado de robo y malversación y en el que saldrían a relucir todas las intimidades de la estrella. Algunas reales, como sus amoríos con medio Hollywood, y otras inventadas.

El diario sensacionalista Coast Reporter publicó una serie de reportajes en los que además de detallar su lista de amantes aseguraba que Bow era aficionada a mantener sexo en público, participaba en tríos con prostitutas mexicanas, se acostaba con mujeres, y hasta practicaba el bestialismo con sus mascotas, un Gran Danes y un koala. El público se lo creyó todo, sí, hasta lo del koala, después de todo lo decían los periódicos. Las fake news no son un fenómeno moderno. Cada historia era más excesiva que la anterior, el rumor de que durante una noche se había acostado con todo el equipo de fútbol de la Universidad del Sur de California la persiguió toda la vida e incluso mereció un capítulo de esa oda al libelo que es el Hollywood Babilonia de Kenneth Anger, El eclipse de Clara Bow.

Incapaz de superar el acoso de la prensa y desgastada por la traición de DeVoe y por una caterva de familiares que habían surgido de la nada para intentar rascar algo de su fortuna a base de pequeños chantajes, Bow sufrió un colapso nervioso en 1931. Paramount, la productora más asolada por los escándalos puso fin a su contrato. El código Hays acechaba y la delicada situación mental de Bow la hacía incontrolable incluso para la maquinaria que la productora había desplegado para controlar a sus díscolas estrellas. La niña de Brooklyn ya estaba amortizada.

El tiempo de las flappers se acababa, llegaban las vampiresas y las mujeres misteriosas con acentos ignotos, Bow caía en el olvido.

A los 28 años se retiró, había rodado 57 películas. Alejada de los focos se casó con el actor Rex Bell, célebre por sus papeles de vaquero, y tuvo dos hijos. Pero los problemas mentales arreciaron. Intentó suicidarse en 1949 y, víctima de una depresión severa, ingresó en una institución mental donde fue tratada con electroshock y diagnosticada de esquizofrenia, la misma enfermedad que se había llevado a su madre cuando Clara todavía era una adolescente. La misma que había provocado que intentase asesinarla.

Su marido Rex murió en 1962, ella falleció tres años después, a los 60 años. Una de sus últimas declaraciones fue acerca suicidio de Marylin Monroe: "Ser un símbolo sexual es una carga pesada para llevar cuando uno está cansado, herido y desconcertado". Ella lo sabía mejor que nadie.

Nota de la revista Vanity Fair. 

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